Volviendo a Pensar Nuestro Contexto Social. Su impacto en la Subjetividad

En el contexto de la Colombia actual es difícil hablar de vínculos sin abordar el tema de la violencia en sus diversas formas. Violencia que tiene una historia de cinco siglos y una violencia actual que se nos impone en nuestra cotidianeidad y que ha ido construyendo formas de subjetividad.

La violencia: una historia de cinco siglos

A través de cinco siglos, desde la Conquista española, la historia de Colombia ha estado atravesada por diversas formas de violencia social. Las culturas precolombinas fueron arrasadas.[i] El resultado fue un mestizaje, con una brecha entre ““blancos “, e “indios y negros”, en un país en el cual todos somos “café con leche”, pero donde el valor está adscrito al color de la piel.

La desigualdad social ha producido un resentimiento enorme en las clases menos favorecidas hacia las élites sociales. Esta desigualdad continúa hasta el punto que Colombia es uno de los países en Latino América con una mayor desigualdad social.

No nos ocuparemos aquí de esta historia. Solamente quisiera resaltar que el contexto actual hunde sus raíces en siglos de injusticia social.

Violencia: una historia reciente

En la década de los ochenta estalló la violencia desatada por el narcotráfico.

La figura más representativa fue Pablo Escobar. Quienes se atrevieron a enfrentarlo desde distintos estamentos fueron asesinados. En esos años asistimos impotentes a la toma del palacio de Justicia por la guerrilla financiada por el narcotráfico, y la retoma desbordada por parte del ejército; vimos morir cinco candidatos presidenciales, jueces, periodistas, magistrados, humoristas[ii]; fuimos testigos de la violencia descarnada hacia la población civil en forma de bombas imprevisibles, etc. Todo pensamiento divergente de la ideología imperante fue considerado como un enemigo de la sociedad.

En la década de los noventa y del 2000 al 2010 el contexto social estuvo marcado por la angustia del secuestro por parte de la guerrilla. La inseguridad que esto generó en la población tanto de las ciudades como de la población rural llegó al punto que los habitantes de las ciudades se sentían imposibilitados de salir fuera de ellas por temor al secuestro. Por supuesto este flagelo afectó fundamentalmente a las clases media y alta.

Como contrapartida surgieron los grupos paramilitares avalados por el ejército como una forma de acabar con el secuestro. Los políticos se vieron involucrados como artífices y cómplices del surgimiento de los grupos paramilitares, que ostentan nombres terribles: Los Rastrojos, Bacrim (Bandas Criminales), etc.

A su vez tanto la guerrilla como los paramilitares se aliaron con el narcotráfico y muchos miembros del ejército sucumbieron al poder de corrupción del narcotráfico. El enfrentamiento de los grupos armados dio lugar a atrocidades sin límite. Hoy día varios de estos narcotraficantes, paramilitares y militares han sido llevados a su juicio y condenados y/o extraditados a Estados Unidos.

La actualidad

Estas situaciones descritas no han cesado. La injusticia social, el crecimiento desordenado de las ciudades, el empobrecimiento de los lazos sociales, las deficiencias en la educación y en los servicios de salud, la falta de infraestructura son frecuentes. Los medios de comunicación inundan al espectador con noticias relacionadas con diversos hechos violentos: la guerra entre guerrilla, narcotráfico, grupos paramilitares, estallido de bombas y atentados.

El gobierno actual ha iniciado un nuevo Proceso de Paz. Esto pareciera abrir una puerta al fin de la guerra, pero ha resultado un proceso largo y complejo que ha desencadenado reacciones diversas en los distintos estamentos sociales y políticos.

La violencia entre pares es frecuente y conlleva el supuesto derecho de acabar con el otro, porque es diferente, porque piensa distinto, porque se ha equivocado, y porque finalmente es lícito tomar la ley en las manos.

La corrupción se ha generalizado. El bien común queda anulado frente a la voracidad de los políticos, que a sus anchas han cargado con el erario público.[iii]

El desplazamiento ha sido una de las consecuencias más aterradoras de la guerra. Los habitantes de las áreas rurales tienen que abandonar sus tierras o han sido despojados de estas. Llegan así a engrosar los cinturones de miseria de las grandes ciudades. Los desplazados sufren además de las pérdidas materiales, la pérdida de sus seres queridos- muertos o asesinados por el conflicto armado- , la pérdida de sus vínculos, de su historia, de sus redes sociales, en fin, la pérdida de su pertenencia social.

Otra forma de desplazamiento se da en los jóvenes que se han ido del país o desean hacerlo esperando encontrar mejores oportunidades en otros lugares. Estos también pierden sus raíces y las familias quedan desmembradas. Algunos pocos logran sus sueños y pueden desarrollar sus sueños profesionales. Otros quedan marginados, formando parte de la masa de inmigrantes ilegales que son explotados o considerados ciudadanos de tercera clase.

Narcotráfico y Narcocontexto

En un trabajo anterior (1996) [iv]decíamos: “El. narcocontexto constituye una forma de violencia social, sustentado en funcionamientos perversos, que produce en el sujeto alteraciones en su capacidad de pensar, que podrían ser comprendidos como alienación. Afirmamos que el narcocontexto… conlleva una denegación del sufrimiento y de lo tanático que esa realidad evoca”. El poder omnipotente del narcotráfico suscita en el psiquismo individual colectivo una suerte de fascinación, proveniente del supuesto “deseo es poder”. Dicha fascinación encubre, a modo de defensa, lo tanático que éste conlleva.

La muerte de Pablo Escobar en 1993 generó un fantasma colectivo de características eufóricas… se esperaba el fin del narcotráfico. Para muchos Pablo Escobar representó una mejoría de sus ingresos, una forma de salir de una pobreza y de un horizonte sin perspectivas. Así, en algunas regiones de Colombia, Pablo Escobar se ha transformado en un héroe y en un mito, [v]porque a muchos les dio dinero y casa, de tal manera que su recuerdo subsiste con el halo de un “Robin Hood” criollo. Queda desmentida la violencia sin límites que provocó.

Veinticinco años después la historia parece repetirse, la misma violencia, la misma capacidad que tiene el dinero del narcotráfico para comprar casi cualquier cosa, y casi a cualquiera. Pero al mismo tiempo las noticias sobre el narcotráfico ya no sorprenden y su registro es efímero: los narcos pululan por doquier y ya no sabemos sus nombres, sino su alias: Macaco, Cuchillo, Fritanga…

Narco telenovelas

Desde hace algunos años la televisión colombiana se ha visto literalmente inundado por telenovelas sobre el narcotráfico: los nombres de algunas son “ La Viuda de la Mafia”, “El Capo” , “Las Muñecas de la Mafia” y una adaptación libre de la biografía del Pablo Escobar “El Patrón del Mal”. La última producción televisiva denominada “Los Tres Caines”, sobre la vida de los hermanos Castaño, y el paramilitarismo, desencadenó finalmente un debate acerca de la responsabilidad de los medios en el tipo de programas que transmiten.

Estas telenovelas son un reflejo del imaginario social donde circula de manera ambigua los ideales propuestos por el narcotráfico. Los “villanos” terminan siendo valorados. Esto es especialmente grave cuando estas telenovelas son producto de consumo de la gran mayoría de nuestros televidentes.

Por qué hablar de narcocontexto

Las formas de violencia inherentes al narcotráfico han impregnado nuestro contexto social y han impactado nuestra subjetividad. Si bien se escriben novelas, libros sobre el tema, se filman películas, hay poca cabida para la reflexión sobre sus efectos mortíferos. Por un lado se rechaza y se teme, por otro lado se admira, se idealiza, con una suerte de fascinación. Los mafiosos son héroes, encarnan el ideal del éxito.

Hector Abad publicó en 1995 en El Tiempo, un artículo denominado “Estética y Narcotráfico” en el cual decía: “Se ha concebido al mafioso como un cuerpo extraño y maligno incrustado en una sociedad sana“. También se ha creído que el narcotraficante es el que aporta el mal gusto a una cultura con austeros y decorosos valores estéticos. Ambas ideas son falsas. Si la visión del mundo corrupta y criminal del mafioso ha prendido tan bien en nuestras tierras, si su gesto es imitado por todas las capas sociales, es porque el terreno ético y estético estaba aquí abonado para que su moral y su gusto pelecharan… En el hecho de que tienen lo que otros secretamente desean, radica la clave de su éxito. Por eso han sido admirados y tan mal perseguidos…”

La fascinación proviene del poder y el dinero que detenta, y la desmentida que esta realidad violenta conlleva. En el lenguaje de los adolescentes esto se muestra en expresiones de admiración: “Este es un Capo”. “Fascinación ante un Ideal perverso que propone como salida lo inmediato lo fácil, lo mágico, lo omnipotente, donde el Otro desaparece como realidad y el Yo queda propuesto como el único polo de satisfacción.” (1996).

El narcocontexto ha generado una cultura caracterizada por una ley aparente, por “el todo vale”, que se imponen sobre lo prescrito o sobre lo esperable en vínculos donde el otro como sujeto sea respetado. Un contexto en el cual la ley es propuesta para ser burlada, y la trasgresión es avalada. Así, “hecha la ley, hecha la trampa”.

La telenovela arriba mencionada sobre la vida de Pablo Escobar recrea episodios de la vida nacional en la década de los ochenta. Estos episodios que muchos de nosotros padecimos de cerca y de los cuales aún sentimos los efectos, generan en el espectador una gama de sentimientos, desde el horror, la repulsión, la incredulidad, y al mismo tiempo la admiración y la fascinación. El dinero obtenido y el poder que conlleva se transforma en ideal con el cual identificarse. La transgresión es propuesta por la madre de Pablo, que le dice desde muy pequeño: “Haga las cosas… hágalas bien, pero no se deje “pescar” (pillar)”

La estética

“Sin Tetas no hay Paraíso”, libro de Gustavo Bolívar (2005) describe crudamente esa cultura “narco” donde las mujeres, para seducir a los narcotraficantes, se someten a todo tipo de cirugías estéticas que les aseguren un porvenir económico. Surge así una forma de prostitución que se extendió en distintos estamentos sociales, reinas de belleza, presentadoras de televisión, modelos, universitarias, que han sido llamadas “Chicas prepago”. El ideal para estas jóvenes se convirtió en ser las amantes de los narcos para salir de la pobreza o para tener acceso a bienes materiales.

En otros círculos sociales se va imponiendo este “ideal de belleza”. Es frecuente que las niñas de 15 años pidan a sus padres como regalo una cirugía de los senos. La moda propia de las mujeres apetecidas por los narcos es copiada por jóvenes que visten de forma vistosa y extravagante.

Violencia y ética

Janine Puget (1993) agrupó los hechos violentes en dos categorías: violencia alienante y violencia transgresora. Señaló dos organizadores fundamentales en la vida social, uno se refiere al respeto por la vida y por las diferencias en los seres humanos. El segundo se refiere al respeto por la propiedad ajena. La violencia alienante o violencia del terror propende eliminar la pertenencia social mediante la expulsión o la aniquilación del sujeto. La violencia transgresora se refiere a acciones que permiten al sujeto un enriquecimiento rápido e ilícito donde el componente de transgresión es desmentido.

El narcotráfico y la impunidad que lo ha caracterizado, representa una combinación mortífera tanto de la violencia del terror como de la violencia transgresora. La justicia y los jueces que la representan, han sido coartados muchas veces en su eficacia por el terror del narcotráfico y su poder mortífero.

La falta de ley es generadora de una subjetividad que se manifiesta en vínculos donde emergen la violencia y la transgresión en diversas formas. Así, como afirma Berenstein (1990) “el tabú del incesto y la amenaza de castración están presentes como enunciado pero su significado suprimido en un estado que podría denominarse burlado”.

Volviendo a pensar nuestro contexto violento

No es fácil comprender la complejidad del mismo. La vida diaria trascurre en una suerte de burbuja, la gente trabaja, tiene ilusiones, hace proyectos, es creativa. Por otro lado, en la vida cotidiana y en la consulta son frecuentes situaciones relacionadas con la “plata fácil”, la corrupción, el matoneo, etc., que cuestionan nuestro quehacer clínico, y a veces el estallido de una bomba, o un atentado, nos retrotrae a las épocas terribles que hemos padecido.

Vivimos en una suerte de teatro, donde los escenarios cambian y sin embargo el argumento parece el mismo. En la medida en que los narcos no arremeten directamente contra el estado o la población civil, y la guerra ocurre en las zonas rurales, todos “nos sentimos más tranquilos” como si estos hechos “ocurrieran lejos de nosotros”, pero sabiendo y presintiendo el efecto deletéreo de la violencia en nuestra subjetividad.

La pertenencia social en un contexto donde circulan la violencia del terror y la violencia trasgresora está cuestionada. El conflicto entre la necesidad de pertenecer y al mismo tiempo no querer pertenecer a un medio de estas características da lugar a diversos mecanismos, desde la negación a la huida, la banalización y la anestesia, una suerte de acostumbramiento de tal manera que lo que impacta hoy mañana se olvida, y una angustia sin nombre fruto de la incertidumbre que nos rodea.

A manera de resumen

Nuestro contexto social ha estado atravesado durante cinco siglos por diversas formas de violencia. El narcotráfico, entre otros factores, y los ideales que propone han invadido el contexto social, avalados por el resentimiento surgido de siglos de injusticia social, a tal punto que podemos hablar de un narcocontexto. El impacto de este contexto tiene diversas manifestaciones en la ética, en la estética, en la construcción de la vincularidad. Poco a poco hemos ido perdiendo la capacidad de sorprendernos y de pensar estos fenómenos.

Y por último surge la pregunta: ¿cómo trabajar con estas nuevas subjetividades?

[i] Solo recientemente ha habido un esfuerzo colectivo por rescatarlas, en proyectos tan loables como el Museo del Oro del Banco de la República. Quienes lo visitan se sorprenden ante la riqueza de estas culturas, su infinita sensibilidad y su arte.

[ii] Sobresalen el atentado contra el director del diario El Espectador, Guillermo Cano, la muerte de los dirigentes de la Unión Patriótica, el asesinato de Luis Carlos Galán, y del humorista Jaime Garzón.

[iii] La Revista Semana del 30 de Julio (2012) dice: “Aunque Ud. No lo crea: Colombia está rompiendo otro récord mundial: 12 de los últimos 13 presidentes del Congreso han tenido que rendir cuentas con la Justicia. Cuatro de ellos están condenados y una más detenida…” Han sido acusados de lavado de activos, enriquecimiento ilícito, parapolítica, corrupción, etc.”

[iv] “Narcocontexto y Contexto Terapéutico” (1996)

 

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