Crisis Vincular, Crisis Histórica, Rev. AAPPG, 1989

CRISIS VINCULAR, CRISIS HISTORICA[1]

Myriam Alarcón de Soler[2]

Diana S. De Altaraz[3]

Susana Fainblum[4]

Silvia Piskorz[5

 

La crisis consiste justamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer”                                                                                                                                                       Antonio Gramsci.

“Recuerdo que cuando me arrastraron a la escuela a los cinco años grité: “No estoy preparado”.Recuerdo que cuando me enviaron al campo a los diez años grité: “No estoy preparado”. Recuerdo que cuando me alistaron a los diecinueve, grité: “No estoy preparado”. Recuerdo que cuando me casaron a los veintitrés, grité: “No estoy preparado”.Cuando me hicieron padre a los veinticuatro, veintiséis y veintiocho, grité: “No estoy preparado, no estoy preparado, no estoy preparado.

“Por fín a los cincuenta me escapé de mi esposa, mis hijos y mis nietos. Decidí morirme. Y aunque ellos me reclaman desconsolados, juro que no volveré hasta no estar preparado.”

La Crisis de la Edad Adulta, Gail Sheehy.

 

 

Hablar de pareja parece equivalente a hablar de crisis. Y es talvez porque en la relación vincular es donde se ponen a prueba los aspectos más profundos y más primarios de los seres humanos. Es la relación más cercana y más comprometida que dos personas, no consanguíneas, pueden entablar.

La palabra crisis aparece gastada por el uso y el abuso de los significados que de ella se han hecho. Es un término amplio que termina siendo ambiguo. Tanto se habla de crisis económicas, como de crisis de valores, crisis de la edad media, etcétera.

Nunca estamos preparados para las crisis. Escribir sobre crisis resulta para nosotros prematuro. Sin embargo, vamos a compartir en este artículo algunas de las reflexiones, surgidas de un grupo de investigación sobre el tema, en el Departamento de Pareja de la AAPPG.

En nuestras discusiones pudimos observar una constante: ante cualquier idea nueva, interesante, alternativamente uno de nosotros decía: “esto es para la introducción”. Nos preguntamos entonces si las crisis, además de prematuras, se imponen como una interminable introducción. Introducción a un terreno desconocido, que genera desconcierto, incertidumbre, inquietud y temor ante un futuro que no puede vislumbrarse. Con frecuencia la sensación que acompaña las crisis es de desesperanza.

 

En un trabajo anterior describimos las crisis, desde lo vivencial como: “un estado de infelicidad y dolor psíquico, acompañado a veces por sentimientos de caos, de pérdida inminente, duda, perplejidad y confusión”.(1)

Provisoriamente diremos que hablar de crisis es intentar nominar algo perturbador que está sucediendo o que puede llegar a suceder que irrumpe de manera inesperada y para lo cual todavía no hay palabras.

Etimológicamente, la palabra crisis viene del griego krinein que significa juzgar o decidir (6). Ferrater Mora (5) dice: “El sentido originario de crisis es ‘juicio’, en tanto que fue decisión final sobre un proceso. Elección en general, terminación de un acontecer en un sentido o en otro. La crisis resuelve una situación pero al mismo tiempo designa el ingreso en una situación nueva que plantea sus propios problemas.

“Tanto las crisis humanas, individuales, como las crisis históricas, colectivas. Designan situaciones en las cuales la realidad humana emerge de una etapa normal o pretendidamente normal para ingresar en una fase acelerada de su existencia, fase llena de peligros pero también de posibilidades de renovación. En virtud de tal crisis se abre una especie de abismo entre un pasado que no se considera vigente e influyente y un futuro que todavía no está constituido.

 

“Por lo común las crisis humanas, individuales o históricas son crisis de creencias y por lo tanto el ingreso en la fase crítica equivale a la penetración en un ámbito en el cual reinan según los casos la desorientación, la desconfianza o la desesperación”.

 

René Kaes (11) dice: “La característica principal de la crisis es aparecer de manera inesperada y en la masividad de lo único. Es disruptiva y nos introduce en la crítica misma de la vida. A través de ella misma y de sus elaboraciones permanentes accedemos al funcionamiento peculiar del psiquismo humano. El hombre adquiere su especificidad por la crisis y por su precaria e infinita resolución. No vive sino a través de mecanismos anti-crisis, ellos mismos portadores de crisis ulteriores, y su historia transita entre crisis y resolución; ruptura y sutura. La experiencia de crisis es vivida como experiencia de muerte, lo que mostraría la connotación amenazadora de los desajustes de un sistema vivo. El nacimiento es ya una experiencia de crisis, pero estrechamente ligada a la creación. Pensar al hombre es pensar en crisis: organización-desorganización y reorganización permanente.”

 

Pensamos que cuando una crisis se desencadena involucra un territorio amplio con una onda expansiva de mayor o menor intensidad, como si habláramos de un terremoto; igual que éstos en ciertas zonas de la tierra por las características de su conformación geológica son esperables, sin embargo, cada vez que ocurren causan estupor.

 

A propósito de los terremotos dice Bateson (3): “Puede resultar fácil lograr un conocimiento de los factores cuando operan serenamente, pero imposible aislarlos cuando actúan con violencia. No es muy adecuado estudiar las leyes de la gravedad mediante la observación de las casa que se derrumban en un terremoto”.

 

La analogía de las crisis humanas con los terremotos no plantea algunos interrogantes: ¿se desencadenará una crisis a partir de alguna cicatriz psíquica no significada o sin posibilidad de significación? La predictibilidad sísmica con imprecisión temporal depende de la precisión diagnóstica, ¿poseemos instrumentos con suficiente precisión como para predecir las crisis?

 

Retomemos ahora nuestra definición anterior: “Intentar nominar algo perturbador que irrumpe de manera inesperada, que está sucediendo o que puede llegar a suceder y para lo cual no hay palabra”. Ahora agregamos que las crisis son ruidosas, que nos hablan de conmoción, desorden, que su gestación pudo haber sido larga y silenciosa o bien vertiginosa. En cuanto a su resolución, tomando el modelo de la medicina puede ser: a) por crisis: en la cual la situación crítica o la enfermedad hace su pico y declina rápidamente; o bien b) por lisis: es decir que su resolución se hace en etapas escalonadas.

 

Las diversas fallas humanas de pertenecer a un solo sexo, de ser finitos, de soportar las diferencias y los conflictos con las familias de origen, las irrupciones de momentos cruciales en que se evidencias dolores de crecimiento, variaciones eróticas por cambios corporales (adolescencia, menopausia) o los impactos sociales de cambios políticos y económicos nos empujan a encontrar gran similitud entre el comportamiento del suelo y la descripción de modelos mentales para pensar las crisis. A propósito de este punto Janine Puget (15) describe las crisis sociales como “la irrupción de contenidos y significados que no pueden ser abarcados por la mente ni semantizados, tanto por su “carácter traumático” (ataques directos) como por el “contenido paradójico” de los mensajes”. Y en relación a los efectos de esta desorganización agrega: “Frente a un fenómeno desconocido y sorpresivo de orden tanático potenciado por el macrocontexto social, ya no sólo es el yo sino el individuo como ser social el que está nuevamente inmerso en un estado de indefensión desde el cual le son impuestos significados no conocidos, sino siendo atacada su capacidad yoica por la violencia misma”

 

Nuevamente vemos que el efecto disruptivo desencadenante de una crisis sume al yo en un estado de precariedad o indefensión y sufrimiento, comparables a temblores producidos por fallas geológicas, y sólo puede encontrar alivio cuando comienza a ser habitado por significados que se reorganizan en un nuevo orden.

 

Resumiendo, diremos que las crisis son vividas por el hombre como:

Prematuras

Introductorias

Caóticas

Inesperadas

Involucran un territorio psíquico amplio

Mientras suceden no hay palabras para nominarlas

Producen dolor psíquico

Promueven vivencia de muerte y sumen al yo en estado de indefensión y desamparo

Su resolución puede ser por crisis o por lisis

Remitirían a cicatrices no significadas

 

La dimensión temporal en las crisis vinculares

 

Al intentar hablar ahora de crisis de la pareja nos volvemos a encontrar con el obstáculo semántico en cuanto a la costumbre abusiva de empleo del término.

 

Hablaremos primeramente de lo que tradicionalmente se conoce como “crisis evolutivas” o “prototípicas” de la pareja, para luego tratar de aproximarnos a darle status metapsicológico a las crisis vinculares.

 

En general, se ha hablado de crisis en un sentido evolutivo referido al paso de una etapa a otra, esperable de acuerdo a la evolución biológica y al paso del tiempo. Es decir que son frecuentes, prototípicas, aunque no siempre se puede predecir su desenlace. Son algunas de éstas la del primer año de casados, la adolescencia de los hijos unida a la crisis de la edad media de la vida, la crisis del “nido vacío” ocasionada por la separación de los hijos. En estas crisis aparece el paso del tiempo como desencadenante de la ruptura.

 

La crisis de la edad media de la pareja parece más compleja en tanto la percepción del paso del tiempo es más intensa, en cuanto a la vivencia de finitud de la propia vida, muerte de los padres y limitación del proyecto vital compartido. Esto agrega una cualidad a estas crisis vinculares diferente de las de los primeros años de la pareja en las que el futuro es vivido como generoso en promesas y posibilidades de reparación, ya sea que se resuelvan en este vínculo o en otro.

 

En una aproximación descriptiva, las crisis prototípicas o evolutivas podrían caracterizarse como: estados de conflicto donde aparecen amenazas de ruptura, estados de desorganización, desorden, caos, pérdida de la idealización.

 

Aun a riesgo de forzar el término, nos planteamos la necesidad de intentar una aproximación metapsicológica de las crisis. Para esto nos remitimos a dos conceptos: narcisismo y ruptura de los ideales.

 

  • Desde la vertiente del narcisismo: pensamos que la ruptura de los estados de fusión en la pareja produce crisis en tanto ésta sume a cada uno de los miembros en un provisorio estado de indefensión, soledad y desamparo, a veces intolerable debido a la vivencia de que la crisis es irreversible. La sensación de inmediatez y de tiempo congelado puede ser extrema.
  • La crisis trae aparejada una ruptura de ideales, lo cual conlleva a una crisis de creencias y de valores. El otro pensado irrumpe como diferente al otro real. Lo que durante la fusión produjo satisfacción y bienestar, se torna ahora amenazante y extraño. Las cualidades que antes unían ahora separan. Esta ruptura provoca una desilusión no sólo con el otro, sino con la imagen que se tiene de sí mismo. Las crisis provocan la pérdida de un estado de idealización pre-existente a la fusión, no compatible con la estabilidad vincular.

 

El abordaje de la crisis de pareja hace necesario un análisis de las dos vertientes; la crisis como prototípica, con los aspectos metapsicológicos ya descriptos, y la ubicación en la singularidad histórica de la pareja.

 

La primera crisis de pareja la atravesaron Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso, en castigo por haber comido el fruto prohibido del Árbol de la Sabiduría. Dios hizo a Eva de una costilla de Adán y en el Paraíso eran dos en uno en fusión con Dios. Milton (14) al final del El Paraíso Perdido dice: “Volvieron la vista atrás y contemplaron toda la parte oriental del Paraíso, poco antes de su dichosa morada, ondulante bajo la tea centelleante: la puerta estaba defendida por figuras temibles y armas ardientes.

“Adán y Eva derramaron algunas lágrimas naturales, que enjugaron enseguida. El mundo entero estaba ante ellos para que eligieran el sitio de su reposo, la Providencia era su guía. Asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario camino”.

 

El verse expulsados del Edén y sin ropas, Adán y Eva se percibieron diferentes, sexuados y mortales. Desamparados y culpables.

 

Volviendo ahora a las mortales parejas de nuestras consultas cotidianas, ¿no les pasará algo parecido a la primera pareja de la historia?

 

La crisis vincular surge ante la diferenciación en tanto el otro imaginado, pensado de la pareja se diferencia del otro real externo. Como Adán y Eva, la pareja también entra en situación de desamparo al verse cada uno en toda su desnudez y fuera del Paraíso de la fusión y de la suposición de inmoralidad. Luego de cada crisis comienza para la pareja un período de reencuentro con el otro desde un poder “verse” diferentes, y desde donde se reacomoda el proyecto vincular.

 

Historización de las crisis

 

Las crisis pueden ser representadas como ocurriendo en un espacio imaginario, donde un pasado que se desmorona y un futuro inasible convergen en un presente precario, no representable, ni significado.

 

El kairós (tiempo subjetivo) de la crisis está cargado de inmediatez y urgencia y sin embargo parece no terminar nunca. Irrumpe y se congela ante la ausencia de proyecto.

 

Dado el carácter inasible y a veces atemporal de las crisis vinculares pensamos que éstas circulan o transitan de una generación a otra a la búsqueda de resoluciones o repeticiones que les permitan ir sembrando huellas generacionales. Estas huellas se posan en “marcas sin memoria” o espacios aptos para la germinación y desarrollo de conflictos no resueltos o traumas no significados a la espera de palabra adecuada para proseguir su recorrido.

 

Cuando una pareja consulta diciendo que está en crisis, es frecuente escuchar explicaciones míticas de la crisis: “Tuvimos una crisis porque. . . nació nuestro segundo hijo”, “cuando nos mudamos de casa”, etcétera. ¿Son estos los motivos de las crisis o son indicadores de un proceso que comenzó hace tiempo?

 

Pensar una crisis de pareja significa una lectura del aquí y ahora, pero también otra del aquí y ahora de cada uno de los miembros. Más aún buscaremos en el allá y entonces del vínculo, y en el allá y entonces de la historia de cada uno.

 

Siguiendo con la hipótesis transgeneracional creemos que no siempre una crisis de pareja se resuelve en la generación en que aparece, ni tampoco en el vínculo en que se desencadena. Una crisis puede haberse gestado en una o varias generaciones anteriores, de uno o ambos miembros de la pareja y puede encontrar resolución en los hijos o en los nietos. Estamos hablando de espacios de resolución de las crisis trans e intergeneracionales. Así en tanto el tiempo actual resignifica otros tiempos, pensamos las crisis de pareja como crisis históricas.

 

No podemos dejar de hacer referencia a la relación entre trauma y crisis.

 

Según Laplanche, trauma: “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica” (14)

 

Si bien los efectos del trauma y de las crisis son similares y dan lugar a confusión pensamos que no son equivalentes. El trauma es un momento de la crisis no significado, producto de una marca o cicatriz sin palabras que puede reorganizarce y resignificarse a partir de la crisis. Para su resolución el analista intentará reordenar las piezas formulando una historización del trauma.

 

Hemos desarrollado hasta aquí las dos vertientes metapsicológicas que darían cuenta de la crisis: desde la vertiente del narcisismo y desde la vertiente histórica.

 

Por qué ahora. Por qué entonces.

 

Pensar la crisis de una pareja desde el analista significa intentar repensar el relato, el sufrimiento, el desorden, de otra manera.

 

Viñeta Clínica

 

Vamos a tratar de ilustrar esto a través de una viñeta clínica:

 

Una pareja de cincuenta y un años de edad viene a la consulta: son remitidos por su médico clínico, por síntomas somáticos, que él atribuye a problemas psicológicos. Están separados hace dos años, después de un matrimonio de veintisiete. Plantean que quieren profundizar en lo que les pasó, y lo que los llevó a separarse. No hacen referencia a proyectos futuros.

 

Por qué se separaron? Cuentan que hace dos años, la víspera de Navidad él dijo: “no aguanto más”, preparó sus valijas y se fue. En el matrimonio siempre hubo un malestar permanente y falta de comunicación. Hasta aquí, lo que los pacientes presentan como motivo de consulta.

 

En términos de crisis, ¿qué podemos decir? ¿Están en crisis? Tal vez no, por lo menos si pensamos en el momento agudo de desenlace de los acontecimientos. La crisis como ruptura fue hace dos años, la víspera de Navidad. Y sin embargo no tenemos hasta ahora elementos para entenderla. Solamente los elementos históricos no podrán permitir resignificar este hecho, vivido por ella como un abandono incomprensible y por él con una gran culpabilidad.

 

La historia del vínculo, por lo menos inicialmente, tampoco nos aporte demasiados elementos: se habían casado después de tres años de noviazgo, después de mucho esfuerzo para independizarse económicamente lo habían logrado, tuvieron dos hijos. En general, los problemas no se hablaban y la sensación que tenían en los últimos tiempos era de ser “cuatro contra cuatro”. El se queja de falta de contacto sexual, ella de falta de atención y comunicación. Pero continúa la pregunta: ¿será un vínculo crónicamente insatisfactorio, que desencadenó la separación? Ellos no lo saben.

 

La historia de cada uno empieza a dar elementos que, desde el analista, resignifica la crisis vincular: ambos son hijos de inmigrantes, de diferente nacionalidad, de padres débiles y madres muy fuertes y distantes, que generan resentimiento. En lo manifiesto las familias de los dos aparecen como contrapuestas, en tradiciones, cultura, costumbres: se asombran cuando ven esta coincidencia. Ambos sienten que sus padres se dejaron morir cuando se jubilaron. No tenían ganas de vivir.

 

El analista se pregunta por la falta de proyecto futuro en esta pareja: quieren cuestionar el pasado, pero el futuro no aparece como posible. Los hijos, ya grandes, no los necesitan, y el proyecto de los dos como pareja, más allá del análisis, no se formula.

 

Si bien los padres han muerto hace años, la madre de ella está aún viva, pero la de él murió hace tres años. El no puede hablar de ella: siente mucho resentimiento, en parte por el trato que ésta le dio a su padre. Cuando murió la mandó a cremar a pesar de que en su tradición familiar esto no se acostumbra. Quería evitar el velatorio para no ver a sus parientes a quienes su madre había protegido, ofrecido su casa y prestado atenciones por encima de sus hijos y su marido. Modalidad arrasadora que pretende acabar con las raíces, con lo malo, pero también con lo bueno.

 

La Navidad es una fiesta familiar. La víspera de Navidad él se va con sus valijas al departamento de la madre, que estaba desocupado y permanece allí, “como faquir, durmiendo en el suelo, sin heladera, todo el verano”.

 

¿No podríamos entonces suponer que para empezar a pensar esta crisis vincular tendríamos que incluir la historia de la pareja de los padres, la muerte, el desarraigo, como elementos que comienzan a tomar forma y que pueden permitir una resignificación a partir de las generaciones anteriores?

 

Esta crisis no se puede entender vista únicamente bajo la categoría de crisis vital. Se rompió un equilibrio, lo que ya era no es más, se trata de historiar esto de otra manera. Reordenamiento en espiral que se va construyendo durante la historia de la relación con el analista. Crisis que cobra sentido, significados que alivian, un orden nuevo que abre perspectivas, interrogantes. Pasado que vuelve para ser nombrado, fantasmas que se diluyen y que permiten una nueva conexión con el presente.

 

La crisis que escucha el analista

 

¿Qué quiere decir no estar preparado?

 

Temer. No tener suficientes elementos para enfrentar lo nuevo. No poder saltar por suponer que del otro lado nos encontramos con el vacío. No tener instrumentos adecuados para saltar. No poder nombrar. No poder recibir lo nuevo como nuevo sino como catástrofe. No tolerar la diferencia entre lo imaginario, el ideal y los hechos. No poder revertir una perspectiva. No tolerar la soledad, la diferencia, la investigación, el descubrimiento.

 

Concordamos con J. Kristeva (12) en que el analista está siempre a la escucha de la crisis.

 

En principio nos encontramos con un relato desordenado, con un caos al que intentamos ponerle otro orden, tarea nada fácil pues de lo que se trata en un primer momento es de encontrar la coherencia interna que este desorden nos intenta transmitir. Sabemos que toda situación crítica se presenta con una organización lógica, caótica, incomprensible a la mirada del analista y nos enfrenta con el desafío de reconocer y tolerar lo inesperado como tal, y de ir descifrando su mensaje oculto.

 

Si puede sortear esta aventura, irá poniendo palabras a lo no dicho, al dolor, a la soledad, al desamparo, a la diferencia. Junto a la pareja se irá significándole espacio atemporal en el que se produjo el corte entre pasado y futuro.

 

Como analistas de pareja, transitamos un campo signado por crisis, en épocas de crisis. Crisis en las que se desmorona un sentimiento de completud que se creyó eterno. Nuestra tarea pone a prueba nuestra curiosidad científica por los acuerdos y lazos inconscientes que unen a la pareja, nuestras teorías acerca de esta unión, cuestionan nuestra pareja interna y externa. Nuestro vínculo transferencial surge como fenómeno singular y único con cada pareja en particular y también con la desconocida alquimia que de todo ello resulta.

 

Si se toma el modelo del terremoto, intentaríamos detectar en función de qué vivencia se produjo la crisis, y observar el resquebrajamiento o ruptura definitiva que ésta ocasionó. El analista observa la crisis como un proceso reversible o irreversible, que anticipa un reordenamiento o un estancamiento o ruptura definitiva. Las crisis, como los terremotos, conmueven los cimientos vinculares, pueden permitir un reordenamiento y un fortalecimiento vincular o por el contrario remitir a un tiempo congelado y a una parálisis y empobrecimiento de sus protagonistas.

 

Al comenzar esta investigación encontramos muy poca bibliografía acerca de un tema del que se habla mucho y se piensa poco, menos aún desde la perspectiva de la pareja, por lo tanto se tornó difícil y desafiante. Como suele suceder cuando se intenta escribir acerca de algo perturbador, las palabras llegan borrosas y tardías en relación a las ideas que se agolpan en torbellinos. Es difícil reunirlas en conceptos transmisibles. Hay idas y vueltas, rupturas y suturas, dudas, conjeturas, incertezas, desórdenes y reordenamientos permanentes. Hay crisis.

 

Creemos que este trabajo es el producto de todo eso y un primer esbozo en el intento de dar cierta aproximación metapsicológica a las crisis vinculares. Esperamos que despierte la suficiente curiosidad como para convertirse en el germen de nuevos desarrollos.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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  • SHEEHY, G. La crisis de la edad adulta. Barcelona: Grijalbo, 1984.

[1] Trabajo publicado en la Revista de la AAPPG, 1989

[2] Miembro Adherente de la AAPPG. Miembro de los Departamentos de Pareja y Familia de la AAPPG

[3] Miembro Adherente de la AAPPG. Miembro de los Departamentos de Pareja y Familia de la AAPPG.

[4] Miembro Adherente de la AAPPG. Miembro de los Departamentos de Pareja y Familia de la AAPPG.

[5] Miembro Adherente de la AAPPG. Miembro de los Departamentos de Pareja y Familia de la AAPPG.

 

 

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