Crisis Vincular y Acuerdos Inconscientes, Santillana, 2003

CRISIS VINCULAR Y ACUERDOS INCONSCIENTES[1]

 

MYRIAM ALARCÓN DE SOLER[2]

Las parejas temen las crisis, y sostienen con frecuencia el paradigma de una relación sin crisis. Cuesta reconocer que las crisis son inherentes a la vida misma, que para que algo nazca algo tiene que morir en un ciclo interminable de vida, muerte, vida. El problema no es la emergencia de las crisis, sino de la manera como se instrumente su resolución, y de lo que pueda surgir de las mismas, como oportunidad.

Las parejas atraviesan por ciertas crisis que son esperables, y que han sido ampliamente descritas en la literatura, y por otras que son más específicas de acuerdo con la dinámica del vínculo, las características de sus miembros y el entorno transubjetivo en el cual estén insertas.

En este trabajo describo el concepto de crisis vincular, tomando como eje la ruptura de los acuerdos inconscientes(l986). Además, incluyo algunos aspectos desencadenantes de las crisis vinculares, algunos factores que pueden obstaculizar su resolución creativa y por último, señalo ciertos puntos que darían cuenta del amor en el vínculo, bien diferente del enamoramiento.

 

Aproximación al concepto de crisis vincular

 

El Diccionario Larousse define crisis, entre otros, como: “Cambio favorable o desfavorable sobrevenido en un enfermedad. Momento decisivo o peligroso en la evolución de las cosas. Conflicto, tensión.” Según el diccionario de la Real Academia Española a palabra crisis viene del griego krinein que significa juzgar o decidir.

Kaes nos dice que la característica principal de las crisis es que son masivas y emergen de forma inesperada. Son disruptivas y la historia del hombre transita entre crisis y resolución, entre ruptura y sutura (l984).

Las crisis vinculares remiten a cambio: un cierto equilibrio vincular se rompe y se requiere una movilización masiva de ciertos mecanismos para la reorganizar del vínculo. Esta situación tiene como efecto que las crisis en general y las crisis vinculares en particular, son vividas como inesperadas, caóticas, vienen acompañadas de intenso desconcierto, zozobra, desamparo, la dificultad de proyectar un futuro, y la sensación de no tener palabras para nominarlas. (1988).

Desde lo manifiesto, las crisis vinculares se caracterizan por un aumento de los conflictos, de los malos entendidos y del reproche, se culpa al otro masivamente por las dificultades de la pareja, las diferencias por pequeñas que sean generan gran malestar, se aumenta la dificultad para llegar a acuerdos y consensos, y la sensación de infelicidad parece extenderse a la mayoría de los intercambios vinculares. En síntesis, se pierde el interés por el otro y por la mejoría de vínculo, y surgen amenazas de ruptura y separación.

En el proceso de crisis identificamos un momento anterior, que podemos denominar de homeostasis vincular, seguido de unos factores desencadenantes que ocasionan la emergencia de la crisis, lo cual nos remite a una dinámica subyacente, que constituye su esencia de la crisis, y una resolución o pseudo resolución, para lograr un equilibrio vincular, diferente del equilibrio anterior. Sobra decir, que la resolución creativa de una crisis no implica la permanencia en el vínculo. La separación puede resultar una salida de un vínculo empobrecedor o tanático y una reconstrucción afectiva novedosa.

 

El sustrato inconsciente de las crisis vinculares es la amenaza o ruptura de los acuerdos inconscientes que lo sostienen (l986). Nos remitimos al concepto de acuerdo inconsciente desarrollado por Janine Puget, como la resultante de aspectos intra, Inter.y transubjetivos de la pareja. (l988). La elección de la pareja remite a la sumatoria de las historias individuales y de la estructura familiar inconsciente de los cónyuges, y al ensamblaje particular que surge en un determinado espacio tiempo. Según Evelyn Granjon, la elección de la pareja está referida a una cuenta pendiente con la propia familia de origen. Un punto nodal en las crisis vinculares remite al conflicto nunca resuelto entre el vínculo de alianza y el vínculo de filiación, ampliamente descrito por Berenstein. Conflicto entre las lealtades debidas a la familia de origen y la posibilidad de inherente un orden novedoso y más auténtico.

 

Si la pareja se construye a partir de la necesidad de satisfacer ciertas necesidades personales, afectivas, sexuales, económicas, y ciertas necesidades sociales, etc, tendremos entonces que empezar, para entender las crisis vinculares, a preguntarnos cuales son las necesidades conscientes e inconscientes que están cuestionadas en el momento de la crisis.

A veces se piensan los vínculos como estáticos. No nos olvidemos que las necesidades que llevan a una pareja a estar juntos a los 20 no son las mismas que a los 30 o a los 40. Ni los vínculos ni las personas son los mismos a lo largo del tiempo. Es posible que una pareja se inicie como “una buena pareja”, lo que llamamos coloquialmente como un buen partido. Es posible también que la pareja se elija en base a la complementareidad, -busco en el otro lo que me falta-, o por empatía y admiración– encuentro en el otro lo que me gusta de mí-. Sin embargo, esto no es tan sencillo. A veces las relaciones se establecen bajo un contrato subyacente, que depende de la historia personal o del momento histórico que atraviesa el individuo y también de las exigencias sociales respecto al amor, al matrimonio, a las conductas esperables según el género. Por ejemplo, se puede buscar a alguien porque se espera que provea el amor que faltó en la infancia, o porque representa precisamente los ideales familiares y sociales, aunque no concuerde con los ideales propios. Otras veces las personas se casan para llenar el vacío de un amor perdido, porque ya es hora de casarse, porque es un buen partido, etc. Otras veces, aunque se anticipen algunas dificultades en la relación por las características de la personalidad de ambos, estas pueden ser minimizadas con tal de seguir adelante con el proyecto. Esta agenda escondida, por llamarla así, cuando se hace explícita, o cuando es confrontada con la realidad, genera crisis.

Otro aspecto inherente a los acuerdos inconscientes es la exigencia de que el otro sea diferente de cómo es, o igual a mis expectativas. Esta falta de aceptación por las diferencias, puede generar un estado de insatisfacción crónica, que a veces hace crisis en presencia de ciertos motivos desencadenantes que para el observador pueden parecer no tan relevantes.

 

En las crisis, el peculiar equilibrio surgido de esta combinatoria de necesidades inconscientes se modifica, lo cual implica la necesidad de replantear acuerdos. Desde lo consciente, la pareja se encuentra sumida en un estado de perplejidad y frustración y con frecuencia se intentan recrear estos acuerdos desde los aspectos más regresivos, obturando así la posibilidad de generar una mayor complejidad en los intercambios vinculares. La salida de las crisis vinculares puede ser entonces la repetición de modos de funcionamientos arcaicos o la elaboración de estos aspectos hacia una modalidad más evolucionada del vínculo.

 

Desencadenantes de las crisis vinculares    

 

Hemos dicho que los cambios son inherentes a las crisis y que las crisis remiten a una ruptura del equilibrio vincular. La experiencia de crisis es inherente al devenir de la vida humana vista como un acontecer discontinuo. Veamos esto con mayor detenimiento.

 

  1. Narcisismo, enamoramiento y crisis

Podríamos decir que la primera crisis vincular la constituye la ruptura del enamoramiento. El sustrato metapsicológico de esta crisis es la ruptura de la fusión narcisista inherente al enamoramiento. La idealización, la sensación de completud que conlleva el enamoramiento, y la promesa de una vida eterna característica del Edén, se rompe con el paso del tiempo y la irrupción del principio de realidad. Esta crisis trae también aparejada la ruptura de ideales, lo cual implica un replanteo de paradigmas respecto al amor, a la pareja, al matrimonio, a la felicidad, etc.

 

  1. Ansiedad de fusión como desencadenante de la crisis vincular

La posibilidad de transformar una relación más o menos libre en una relación estable puede constituir en factor desencadenante de crisis. Es decir, enfrentar el compromiso que una relación estable plantea, remite a seguridades pero también a encierro. Se requiere acordar una relación más comprometida, que abarca una mayor complejidad y estabilidad en los intercambios vinculares. Esto también implica una cierta pérdida de las libertades individuales. Cualquier vínculo afectivo implica ganancia en intimidad y al mismo tiempo el establecimiento de ciertos compromisos. La relación de pareja es solo uno más de estos intercambios. Confronta a la pareja con la posibilidad de lograr intimidad, pero el precio de esto es el compromiso y una mayor vulnerabilidad afectiva. Una ruptura en este momento de la relación puede remitir al temor a la fusión, o a la toma de conciencia de la imposibilidad de asumir una relación adulta en un momento de la vida o de la pareja.

 

  1. La cotidianeidad como desencadenante de las crisis vinculares

El establecimiento de la cotidianeidad, con las dificultades inherentes a la convivencia puede generar crisis. La cotidianeidad implica que ciertos intercambios vinculares no necesitan ser acordados. Resultado de esto emerge una cierta rutina estabilizante de los intercambios vinculares, pero que al mismo tiempo que puede resultar en mayor seguridad puede generar aburrimiento. La convivencia requiere acordar cómo asumir tareas conjuntas, como enfrentar las necesidades económicas, sexuales, de amistades, de familia, de espacios personales. En estos acuerdos se despliegan aspectos conscientes e inconscientes. Algunos aspectos son acordados sin mayor dificultad. Otros, no logran concretarse, y constituyen aspectos no acordados ni pactados y que generan conflictos. En otros intercambios, como por ejemplo el manejo del dinero o de los roles tradicionalmente femeninos o masculinos, entran a jugar los modelos familiares de cada uno, los temores, los resentimientos, los mandatos familiares. Algunos de estos intercambios se acuerdan, cuando remiten a una complementareidad inconsciente. Otros intercambios se pactan, pactos que silencian cierta insatisfacción que no es explicitada por temor a romper el vínculo, pero que pueden ser det0onantes de dificultades posteriores.

 

  1. La terceridad y las crisis vinculares

 

El nacimiento de los hijos es un cambio difícil para la pareja. Con frecuencia, la paternidad y la maternidad constituyen un valor personal y social muy valorado. Poco se habla de las dificultades que conlleva para el vínculo. La pareja se enfrenta con la necesidad de llenar un cúmulo de necesidades de diversa índole al hijo que llega. A las demandas físicas se agregan las psicológicas y la exigencia de abrirle un lugar a un tercero-el hijo-, en una relación hasta ese momento predominantemente dual. Como consecuencia, los intercambios de pareja se limitan y los lugares de esposo-esposa, se ven complejizados por los lugares de padre, madre, hijo, con las demandas y ansiedades correspondientes. Esta situación de exclusión, inherente a las relaciones de tres, se jugará toda la vida. Remite a la propia elaboración del complejo de Edipo. La pareja podrá reacomodar su equilibrio vincular buscando un equilibrio entre las necesidades de pareja y las necesidades como padres, pero otras veces este cambio da lugar a un equilibrio insatisfactorio donde los cónyuges se limitan a ejercer funciones paternales con el consecuente deterioro de su relación de pareja y su vida afectiva y sexual.

 

La adolescencia de los hijos vuelve a cuestionar el equilibrio vincular. El crecimiento de los hijos confronta a los cónyuges con su propio envejecimiento. Coincide con frecuencia con la crisis de la edad media de la vida. El adolescente tiene que hacer como decía Aberasturi el duelo por los padres de la infancia, y por el cuerpo infantil. También por el lugar infantil, que implica dependencia. El adolescente desea ser tratado como adulto sin estar todavía en capacidad de asumir las responsabilidades que conllevan crecer. Ante los cambios físicos, psicológicos e intelectuales del hijo, el equilibrio familiar se modifica, exigiendo un replanteo de las relaciones de autoridad, de autonomía, cuestionamiento de la sexualidad de los padres, ansiedades respecto a la sexualidad de los hijos, etc. Asimismo, se ponen sobre el tapete su propia crianza, sus temores, inhibiciones y culpas frente a la sexualidad, los conflictos de género y los prejuicios. Todo esto conmueve profundamente el vínculo de la pareja. La pareja puede sentir que su vida se reduce simplemente a llevar y traer a los hijos, y la sensación de invasión de otros –terceros- en el vínculo se intensifica. Otras veces los padres entran en franca competencia o complicidad con los hijos, borrando las diferencias generacionales, lo cual lleva a una confusión general. Si bien las funciones cambian, es importante tener en cuenta que existe una jerarquía, un vínculo asimétrico basado en el respeto y en la diferencia de generaciones, que se mantendrá siempre.

 

Alejamiento de los hijos adultos y el nido vacío: este alejamiento confronta a la pareja con la crisis denominada como crisis del nido vacío. La pareja vuelve a estar sola y tendrá que replantear sus razones para estar juntos. Asimismo, se enfrenta con el reto de construir nuevos proyectos personales y vinculares, donde ya no tienen prioridad la crianza y educación de los hijos. Aparece más tiempo libre, y muchas veces surgen conflictos y temáticas que se pensaron ya resueltos. La terceridad representada por los hijos permite a veces distraer los desencuentros fundamentales del vínculo que se ponen en evidencia con el alejamiento de estos. Algunas veces, las parejas se separan porque sienten que su razón de estar juntos deja de ser válida, como si el acuerdo inconsciente y a veces consciente, hubiera sido mantener una tregua hasta que los hijos salieran adelante.

 

  1. Dificultades relacionadas con la fertilidad

 

Una de las expectativas sociales que debe cumplir una pareja es tener hijos. Los hijos parecen concretar el deseo de proyección y de trascendencia futura . Sin embargo no siempre hay consenso respecto a tener hijos, cuando tenerlos, cuantos tener. En este punto convergen aspectos desde varios espacios psíquicos. La consulta por infertilidad puede evidenciar algunos aspectos disfuncionales del vínculo, tales como la poca frecuencia en las relaciones sexuales o la disparidad en el deseo de la pareja en relación con la posibilidad de tener un hijo. La presión para tener relaciones sexuales en función de lograr un embarazo puede ocasionar disfunciones sexuales tales como impotencia parcial o inhibición del deseo sexual. Es posible que la temática de la fertilidad-infertilidad desencadene crisis vinculares al poner en evidencia aspectos silenciados del vínculo, temáticas diversas no conscientes.

Las técnicas de fertilidad asistida tienen efectos diversos en las relaciones de pareja y despiertan ansiedades muy complejas que han sido tratados ampliamente por colegas (Mendilaharzu, G. Y Pachuck, C).

 

  1. Espacios personales como desencadenantes de las crisis vinculares

 

Espacios individuales versus espacios vinculares

Parecería inherente al vínculo de pareja una tensión entre los espacios personales y los espacios vinculares. Qué se comparte en el vínculo, que resulta incompartible.

Algunas veces la pareja se construye bajo el mito de compartirlo todo, otras veces bajo el acuerdo conciente de respetarse los espacios de cada uno. Esta dinámica no es sencilla.

Desde las expectativas de género, la mujer puede renunciar a sus espacios o proyectos personales, y se adhiere a los proyectos del marido. Los proyectos de pareja parecería ser más bien los proyectos del uno impuestos o aceptados por el otro. A esto también subyace la creencia de que una pareja ideal es aquella que comparte todo, los mismos intereses, los mismos sueños. El hombre siente a su vez que está cargado de responsabilidades y demandas que coartan su individualidad.

En algunos momentos de la vida esta situación puede hacer crisis, puesto que la necesidad de tener espacios individuales se siente como perentoria, y se vive como incompatible con la vida de pareja. Esto coincide a veces con la llamada crisis de la edad media de la vida, donde los individuos son todavía jóvenes, pero ya no tanto, y se cuestionan en que han invertido el tiempo, como elemento no renovable.

Esta crisis viene aparejada con cuestionamiento de los roles de género, de las libertades individuales y sexuales, de cuestionamiento del manejo del dinero, donde lo mío y lo tuyo manifiestan la dificultad para construir un nosotros, al mismo tiempo que se respeten los espacios personales.

Estos espacios personales o espacios de intimidad remiten a un espacios no compartibles. Están representados por sueños, fantasías, recuerdos o ilusiones. No siempre es fácil tolerar estos espacios íntimos, y uno le suele preguntar al otro “qué estas pensando”, en un intento no de conocimiento sino de control hasta de los pensamientos más profundos. Si este espacio de intimidad individual no es tolerado, se pueden generar dinámicas diversas, desde la hiperdiscriminación y el aislamiento, hasta la mentira, o el sometimiento indiscriminado al otro de vínculo, en una dinámica semejante a al del amo y el esclavo, renunciando a la posibilidad de tener no solo espacios sino pensamientos propios.

Si estos espacios son tolerados, la pareja podrá construir un espacio de mayor intimidad, en el sentido descrito por Erickson.

La infidelidad como desencadenante de la crisis vincular

La infidelidad parecería ser una de las manifestaciones más complejas del conflicto entre la satisfacción de las necesidades de espacio individuales y la lealtad exigida y esperada en el vínculo matrimonial. Constituye un desencadenante frecuente de las crisis vinculares. Digo desencadenante y no causa, puesto que las causas que remiten a la infidelidad son muy complejas.

La infidelidad irrumpe con violencia en vínculo, y cuestiona los cimientos mismos de la relación de pareja. Tiene como consecuencia inmediata reproches, culpas, amenazas de separación, separaciones. La infidelidad es experimentada como un ataque al amor propio, y es desde el narcisismo herido que se hace muy difícil superar la situación. El infiel queda colocado en el lugar del culpable, que debe pagar para siempre el error cometido. El cónyuge herido siente que todo le recuerda esta situación y siente que es una traición que no puede perdonar. Así llega la pareja a consulta, esperando encontrar un juez más que un terapeuta. En esta situación, no hay lugar para la superación de la crisis vincular. La desconfianza y la rabia tiñen todos los espacios vinculares, y los intercambios positivos de la pareja disminuyen. A esto se agregan las ganancias secundarias de este nuevo orden en la pareja. El vínculo se torna asimétrico, aparecen lugares fijos de “ofensor y ofendido”, cuyo sustrato inconsciente remite al poder. La persona ofendida obtiene sin saberlo un poder basado en la culpa que el otro experimenta y hace uso de éste. Quien tiene el poder, es aquel que puede hacer pagar al otro por la ofensa cometida. Se establece entonces un nuevo orden en la relación. De víctima el ofendido se transforma en victimario, y siente que tiene derecho a exigir en el otro una reparación sin límites. Desde esta posición las exigencias y el control pueden volverse ilimitadas, y se consideran plenamente justificadas. Esta situación está muy lejos de una relación de amor y de crecimiento vincular.

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La pregunta pertinente, si bien dolorosa, es que llevó a la infidelidad, y cual es la dinámica subyacente a la crisis desencadenada por esta. En general, la infidelidad pone de la manifiesto una brecha en la relación de la pareja. Reconocer esta brecha, o este terreno propicio para que ocurriera es muy doloroso y muchas veces la pareja no logra acceder a considerar otras versiones más complejas como posibles.

La infidelidad confronta a la pareja con la cuestión de si su relación puede ser viable y en qué condiciones lo sería. Será bien diferente si se trata de una situación pasajera o de una situación afectiva más estable que implique tomar una decisión al respecto.

Si consideramos la infidelidad como un trauma (definido por Laplanche como “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica” ), como un acontecimiento puntual que provoca emociones de difícil ligadura y elaboración, habrá que evaluar en cada circunstancia las posibilidades reales que una determinada pareja tenga de superarlo.

Frente a esta crisis, como frente a otras, se ponen en evidencia crisis anteriores, que se resignifican aquí. Resentimientos y deudas previas se actualizan, se recuerdan nuevamente, los funcionamientos autorreferenciales aumentan, lo cual complica aún más el panorama, porque los intercambios vinculares parecen reducirse al evento traumático. Los modelos familiares de los vínculos entre los padres puede dar alguna luz respecto a lo que ocurre, si los padres vivieron situaciones semejantes y cómo las afrontaron, si se tienen deudas históricas pendientes, expresadas en a “mi mamá le pasó igual”, “todos los hombres son iguales”, “todas las mujeres son sinvergüenzas”, etc. Así mismo, la pareja, en el mejor de los casos, podrá evaluar si existen todavía razones positivas para continuar unidos .

 

  1. Los duelos como desencadenantes de las crisis vinculares

La tramitación de los duelos en el vínculo es una de las razones frecuentes de desencuentro vincular.

El duelo por la muerte de los padres es uno de las experiencias vitales más conmovedoras en la vida: en general confronta al individuo con la finitud, el paso del tiempo, se reviven episodios de la historia pasada, se reevalúa el pasado, se recuerdan emociones y situaciones que se creían superadas, se reviven dinámicas previas en relación con las familias de origen, etc. A esto se agrega por supuesto, las circunstancias específicas de la muerte de los padres. En algunas situaciones, la muerte de los padres conlleva enfrentar secretos familiares, largamente ignorados o desconocidos. Todo eso hace que el cónyuge que atraviesa el duelo se desligue un tanto de su pareja, y se centre en su propia dinámica, lo cual conlleva un cierto ensimismamiento, y diversos estados de inestabilidad emocional. Esto tiene diversos efectos en el vínculo. Por un lado, las demandas de incondicionalidad hacia la pareja pueden aumentar, o se espera que el otro experimente este duelo de la misma manera. Este desencuentro en los afectos y en la sintonía del dolor genera malestar. El cónyuge que ha sufrido la pérdida puede experimentar una gran soledad, en la imposibilidad de compartir su dolor, que por otra parte, es necesariamente personal y único. Puede también sentirse rabioso, impaciente, ensimismado, demandante, espera que su pareja supla las necesidades afectivas que suplieran sus padres, etc. A veces, estos sentimientos son malinterpretados por el cónyuge quien a su vez se siente abandonado porque la atención y los afectos de su pareja están puestos nuevamente en la familia de origen, en los afectos de la infancia, en los hermanos. Todo esto es fuente de malos entendidos y desencuentros.

 

La separación o divorcio de los padres es otra fuente de sufrimiento personal que tiene efectos en el vínculo. La aceptación de la ruptura de la pareja de los padres implica la renuncia a la fantasía infantil de los padres unidos y felices. Resurgen los sentimientos de fracaso y de culpa por no haber logrado mantener a los padres unidos. A esto se agregan presiones para encarar situaciones de tipo práctico o de tipo económico que surgen con la nueva situación. Esto puede implicar una reestructuración de la cotidianeidad de la pareja.

 

La muerte de un hijo es una de las situaciones más traumáticas que puede atravesar una pareja. Entre las experiencias dolorosas pero esperables en la vida de una persona está la muerte de los padres, pero no se espera la muerte de un hijo. El dolor sentido y compartido por ambos, no se experimenta ni se expresa de la misma manera. Esto lleva a un distanciamiento vincular. La madre expresa más fácilmente su pena, y el entorno social está más dispuesto a acompañarla. El padre, en cambio, está más restringido en la expresión de su dolor, y habla mucho menos de este. Si la pareja no logra aceptar que el dolor es distinto y que se tramita de maneras diferente puede verse abocada a una ruptura porque esta pérdida agrava otros desencuentros ya existentes. La circunstancias específicas de la muerte puede agravar aún más la situación, por ejemplo si es un accidente o un suicidio. La pareja se puede culpar mutuamente de lo ocurrido, y esto puede generar brechas difícilmente superables.

 

Esta culpabilización mutua se observa también en las parejas que tienen hijos con dificultades severas de tipo físico o psicológico. El dolor y la frustración que conllevan esta situación puede expresarse a través de mecanismos de proyección, “de quien fue o es la culpa”, que parece aliviar momentáneamente el malestar. Se observa con frecuencia que esto lleva a la separación.

 

  1. Violencia social como desencadenante de las crisis vinculares.

La violencia social que nos atraviesa implica una presión más en la ya de por sí difícil tarea de construir y sostener un vínculo conyugal. Esta violencia altera de diversas maneras. No solamente me refiero a familias que se vean afectadas directamente por situaciones tan traumáticas como el secuestro o las secuelas directas de la guerra. Me refiero al común de las familias colombianas.

Considero que la violencia tiene efectos en varias áreas: alteraciones en la cotidianeidad, en el proyecto vital tanto de la pareja como de la familia, en los lazos familiares y en la pertenencia social.

 

El desplazamiento es un desencadenante de las crisis vinculares: La violencia social que enfrentamos en Colombia en particular y en Latinoamérica en general incide en el equilibrio vincular de diversas maneras. Por un lado la precariedad de la estabilidad económica aumenta la ansiedad y las demandas en el vínculo. Surgen ansiedades persecutorias en ambos miembros de la pareja que se culpabilizan mutuamente de las dificultades que atraviesan. El hombre se siente cuestionado en su potencialidad productiva, y en su capacidad para cumplir con la demanda social de ser un “buen proveedor”. La mujer se siente abrumada y frustrada, y al mismo tiempo exigida de continuar cumpliendo con las obligaciones tradicionalmente “femeninas” y al mismo tiempo aportar económicamente al hogar. El efecto que tiene todo esto en el vínculo es que los intercambios positivos de la pareja se reducen, las preocupaciones económicas tiñen la cotidianeidad de la pareja, y el tiempo y la posibilidad de contener a los hijos se reduce. La incertidumbre respecto al futuro se ha hecho más intensa y la sensación de vivir en un país que expulsa, que no contiene, lleva a las familias a buscar inmigrar ellos o al menos sus hijos. Todo esto ha tenido un efecto de desligamiento de los lazos familiares. Los jóvenes se van o desean irse, las personas mayores se quedan porque no ven otra alternativa posible a pesar del desgarro que significa tener a sus hijos lejos, no verlos crecer o formar pareja, o disfrutar sus nietos.

La posibilidad de un secuestro o de una bomba es sentido como un alto riesgo para una gran franja de la población, lo cual no solo aumenta la ansiedad cotidiana, sino que restringe la cotidianeidad. Las familias ya no viajan, tratan de no salir de la ciudad, y la sensación sentirse encarcelados aumenta. A esto se agrega por supuesto las restricciones económicas. Los proyectos económicos se ven limitados y los sueños conjuntos que sostienen el vínculo se limitan y restringen. La inmediatez tiñe los intercambios vinculares.

Todo esto incide en el equilibrio vincular. A veces el conflicto de las parejas puede centrarse en que uno quiere irse y el otro quedarse, uno quiere hablar del malestar de lo que ocurre mientras que el otro no quieres saber de esto, los proyectos económicos se ven coartados por la incertidumbre del futuro, las familias dejan de proyectarse en un futuro unidos.

 

La Resolución de las crisis

 

Qué entendemos por resolución creativa de las crisis. Consideramos las crisis como una oportunidad de crecimiento personal y o vincular. Algunas veces las crisis de pareja pueden permitir romper con una relación crónicamente insatisfactoria y puede ser la oportunidad de buscar una realización afectiva en otros espacios. Otras veces, las crisis pueden poner en evidencia algunas dificultades o conflictos cuyo afrontamiento se había pospuesto. Y en ese caso si se enfrenta con valentía y honestidad lo que ocurre, puede permitir un crecimiento de la relación, un conocimiento más profundo del otro, una reorganización de los espacios vinculares.

 

Obstáculos en la resolución creativa de las crisis

Considero que algunos obstáculos pueden remitir a ciertas temáticas subyacentes relacionadas con el narcisismo, con las historias previas de los integrantes de la pareja, con mitos o creencias respecto a las relaciones de pareja, con cuestiones de poder que se juegan en el vínculo, y con factores transubjetivos, en términos de expectativas de género y de ideales sociales.

El narcisismo herido: esta situación es descrita por las parejas como “yo perdono pero no olvido”. Estos resentimientos previos o cuentas no saldadas que se vienen arrastrando a lo largo del tiempo pueden sumarse a la ofensa o a la dificultad puntual que hay que enfrentar. Estas ofensas pueden ser con respecto a situaciones previas de la pareja, o respecto conflictos de género en general, o a historia previas de la vida de los integrantes del vínculo, tanto de su historia personal como de su historia familiar.

Otros obstáculos relacionados con el narcisismo son, entre otros, la dificultad para aceptar un punto de vista diferente: El convencimiento de tener la verdad con mayúscula, o que las cosas deben ser así “porque así es como tiene que ser porque yo así lo veo o así lo digo”. Las dificultades de comunicación: a veces las personas no saben comunicarse, no se escuchan o no expresan sinceramente lo que piensan. El otro a lo mejor no sabe lo que ocurre, o no se entera. O se espera que a los gritos el otro entienda. O por último, se puede esperar que el otro adivine lo que yo necesito. Esto obedece a un funcionamiento característico en las relaciones de pareja que remite a un dialogo con un personaje imaginado que dista mucho del otro real externo.

 

 

Mitos respecto a la pareja: las expectativas irreales respecto a lo que puede ser una pareja, respecto al enamoramiento y al amor pueden ser obstáculos que impidan superar o evaluar de una manera realista las crisis vinculares.

 

Paradigmas o creencias inadecuadas acerca de las crisis: Veamos algunos ejemplos de estos paradigmas: “las parejas no deben tener crisis”, “una pareja debe continuar tan enamorada como cuando se casaron”, “la crisis es ocasionada por uno , que es el malo de la película”, “una vez que se rompe el jarrón ya nada puede repararlo”, “debemos volver a ser como era antes”, etc. Estos son apenas algunos ejemplos de creencias o mitos que dificultad el afrontamiento de las crisis como aspectos inherentes a la vida en pareja. Estos paradigmas representan expectativas inadecuadas.

 

Prejuicios sociales o religiosos:

Hemos dicho que la resolución creativa de las crisis no quiere decir continuar necesariamente con el vínculo. Separarse implica enfrentar diversos tipos de ansiedades, entre otros volver a estar solo en un mundo diseñado para estar en pareja. Además, todavía pesa mucho el enfrentar los prejuicios sociales, familiares y religiosos que califican muy negativamente la separación. Estos prejuicios pueden pesar tanto que las parejas prefieran continuar unidas a pesar del sufrimiento que les ocasiona el vínculo. Esto puede significar a largo plazo un deterioro individual de los cónyuges, o alteraciones de diversa índole ocasionada por el estrés continuado, tales como depresiones, alcoholismo o consumo de ansiolíticos, o diversas alteraciones psicosomáticas..

 

Expectativas de género: Se espera que las funciones dentro del vínculo se desempeñen de acuerdo a lo esperado por el género: estas expectativas abarcan situaciones relativas a la productividad, al dinero, a los espacios propios, a los oficios domésticos, al comportamiento sexual, etc. Estas expectativas se relacionan por supuesto con parámetros sociales, en una sociedad particular y en una clase social específica. Tienen sus raices también en la historia familiar de cada uno de los cónyuges y de aquellos que se consideraba normal o deseable en estas familias. Unas veces estas expectativas son conscientes, otras veces son inconscientes. Son puntos de fricción y frustración frecuentes.

Ganancias secundarias: las situaciones traumáticas pueden ser utilizadas dentro del vínculo como una manera de obtener más atención, más dinero, más libertad, o como una manera de justificar ciertas conductas. La temática subyacente puede relacionarse con quien tiene el poder en la pareja. El poder derivado de esta nueva organización vincular puede ser uno de los puntos que dificulta el afrontamiento posterior de la crisis de una manera más constructiva.

 

Los factores anteriores y otros más pueden llevar a una reorganización inadecuada del equilibrio vincular . Superar la crisis no quiere decir necesariamente resolverla de manera que favorezca el desarrollo personal o de la pareja. Puede ser que simplemente se acalle el conflicto, lo cual implica posponer la resolución de la crisis. Se acalla el conflicto con acuerdos tales como “borrón y cuenta nueva”, “volvamos a empezar”, o con proyectos que aparentemente pueden mejorar las cosas como “Tengamos un hijo”, “Hagamos un viaje”, “Compremos una casa”, que simplemente constituyen paliativos para temáticas que deben ser afrontados de una manera más seria.

Aspectos favorecedores de una Resolución creativa de la crisis vincular

El análisis serio y profundo de la dinámica subyacente de la crisis vincular puede ser un primer paso en la superación de la crisis.

Algunos puntos pueden favorecer este proceso. En primer lugar la renuncia a la ilusión de cambiar al otro para acomodarlo a la imagen imaginada que hemos construido de un vínculo ideal. En segundo lugar aceptar la responsabilidad compartida en la crisis vincular. Esto permitirá remontar la división entre culpables y víctimas. En tercer lugar, es necesario aceptar como válidas las distintas percepciones del conflicto, lo cual implica aceptar que la realidad del otro no constituye necesariamente mi propia realidad. La posibilidad de poner en palabras las dificultades, las expectativas, las necesidades, permitir instrumentar una modalidad más adecuada de manejo del conflicto: hablar en vez de actuar para lograr lo que se necesita, genera una modalidad de intercambio vincular descentrada de la agresión y del conflicto. Aceptar las limitaciones propias y ajenas junto con el reconocimiento de los aspectos positivos del vínculo así como también de sus limitaciones.

El amor es diferente del enamoramiento. “Durante la juventud creemos amar, pero solo cuando hemos envejecido en compañía de otro, conocemos la fuerza del amor” Henry Bordeux. El amor implica solidaridad, tolerancia, respeto, admiración, reconocimiento, confianza, confiabilidad, comunicación, compañía.

 

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[1] Ampliación de la Conferencia dictada en la Fundación Santillana, “Crisis y Amor en la Pareja”.Bogotá, Abril 24 del 2002-05-09

[2] Psicóloga Clínica, Miembro Titular de la AAPPG, Corresponsal de la AAPPG en Colombia.

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