Amor Maduro, una apuesta a la intimidad, 2003

AMOR MADURO, UNA APUESTA A LA INTIMIDAD, UNA UTOPIA?

Myriam Alarcón de Soler

El amor es un nudo en el que se atan indisolublemente destino y libertad”

( Octavio Paz, La llama doble, 39)

 

Amor maduro, renuncia a la inmortalidad, una apuesta a la intimidad.

He ahí la propuesta. Muy diferente del enamoramiento, su idealización y el secreto encanto de su irrealidad y de su promesa de inmortalidad.

Amor que implica entrega, disponibilidad, apertura, honestidad, incondicionalidad en momentos de dificultad. Apuesta que conlleva un proyecto futuro, que puede ser tan solo la promesa de saber que no se está solo, saberse importante para un otro, que se siente a su vez conocido y reconocido por otro.

El amor maduro es ante todo intimidad afectiva, que en el mejor de los casos conlleva la intimidad sexual. Esta intimidad afectiva y sexual implica un desnudarse ante el otro, una suerte de labilidad en la cual subyace el riesgo del rechazo, del sufrimiento, pero también la posibilidad de compartir la intimidad del otro, el placer de estar juntos, el sentirse uno con el otro, aunque también ajeno.

El amor maduro tiene como fundamento la aceptación de la diferencia: el otro es distinto de mí, distinto del que imaginé o imagino, distinto del que necesito y reclamo, distinto del que creo que debe ser. Combinatoria compleja entre el deseo y la realidad.

El amor maduro implica una combinatoria entre dos polos: aceptación y cambio. Aceptación de lo que no puede cambiar ni en mí ni en el otro, y cambio de aquello que determina sufrimiento en el vínculo. Implica renunciar a la satisfacción inmediata cuando esta cuestiona o amenaza el bienestar de la pareja, aún cuando no se comparta o se comprendan las razones profundas subyacentes.

El amor maduro oscila entre la necesidad de soledad y la necesidad de compañía: la búsqueda incansable de un equilibrio entre los espacios de intimidad personal y los espacios de pareja, renuncia a conocer y poseer al otro. Equilibrio inestable y siempre renovado entre el abandono y el ahogo -en su versión negativa-, entre la soledad, y la compañía -en su versión más compleja-. Implica, en síntesis, el placer de estar juntos pero también la posibilidad de no estarlo.

Implica la aceptación de la discontinuidad en el afecto: no siempre queremos estar con el otro, aunque esto no significa por supuesto no amarlo. Es el vaivén natural entre momentos de mucha cercanía y el rescate de la individualidad.

Implica aceptar la inevitabilidad del conflicto y de las crisis que conllevan los vínculos significativos. Lo ajeno del otro, las diferencias, el paso del tiempo, la incertidumbre, los cambios, son elementos ineludibles que enfrentan a la pareja a un constante devenir, que en el mejor de los casos pueden dar lugar a una construcción vincular más satisfactoria pero siempre cambiante.

Implica la capacidad de reconocer a otro y de sostenerlo con una mirada admirativa, y al mismo tiempo, abrirse a la posibilidad de ser mirado y reconocido por ese otro que tiene para mí el lugar de “reconocedor privilegiado”, al decir de Janine Puget.

Implica la posibilidad de abrirse en un compartir íntimo, sin temor a la crítica, al desprecio, o a posteriores represalias. Implica por lo tanto consideración y cuidado por los sentimientos del otro, la posibilidad empática de colocarse en el lugar del otro, el respeto profundo hacia sus valores, sentimientos y vulnerabilidades.

Implica honestidad, verdad, sinceridad, lo cual no implica renunciar a espacios de intimidad o de privacidad. No significa compartirlo todo ni saberlo todo del otro porque esto no es posible.

Implica una relación de simetría-al decir de Piera Aulagnier- donde se le otorga al otro la posibilidad de dar placer en la misma medida que puede ser fuente sufrimiento.

Implica un disponibilidad en los momentos de alegría pero también en los momentos de sufrimiento, en aquellos donde se cuestiona la esencia misma de la vida, donde se sabe al otro referente de permanencia y trascendencia.

Implica ante todo la certeza profunda de contar con el otro, de saberse importante, de saber que lo mío importa a Otro simplemente porque a mí me importa.

Implica compartir un proyecto de vida, proyecto que se recrea en los distintos momentos de vida, con sus limitaciones y posibilidades, y en el cual, a pesar de los avatares de la vida, se privilegie ese espacio de intimidad que en algún momento se pudo construir.

Implica contar con la seguridad de una caricia que pretende conjurar la adversidad, el paso del tiempo, las pérdidas, las renuncias y las desilusiones, en fin, la incertidumbre.

Implica un espacio creativo, un refugio íntimo donde dos seres comparten la certeza de no estar tan solos.

 

Y al final de estas reflexiones, nos preguntamos si esto será posible. Cada pareja es inédita. La pareja es un mundo donde se conjugan dos historias, dos deseos, dos sujetos que se han buscado para conjurar la soledad. La construcción vincular requiere un trabajo constante y una disposición de hacer lugar a aquello del otro que es diferente de lo esperado y de lo deseado. Renuncia al Mito del Amor como algo dado, como Destino, y más bien búsqueda de encuentro en una relación que sea simétrica en la capacidad de dar placer, pero, -he ahí la paradoja-, de ocasionar mutuo sufrimiento.

 

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