COSTOS PSICOLOGICOS DE LA GUERRA:
UNA REALIDAD QUE NOS EXCEDE*
Myriam Alarcón de Soler**
Un contexto violento
“…..La pelea de Rosario no es tan simple, tiene raíces muy profundas,, de mucho tiempo atrás, de generaciones anteriores; a ella la vida le pesa lo que pesa este país, sus genes arrastran con una raza de hidalgos e hijueputas que a punta de machete le abrieron camino a la vida, todavía lo siguen haciendo; con el machete comieron, trabajaron, se afeitaron, mataron y arreglaron las diferencias con sus mujeres. Hoy el machete es un trabuco, una nueve milímetros, un changón. Cambió el arma pero no su uso. El cuento también cambió, se puso pavoroso, y del orgullo pasamos a la vergüenza, sin entender qué, cómo y cuándo pasó todo. No sabemos lo larga que es nuestra historia pero sentimos su peso. Y Rosario lo ha soportado desde siempre, por eso el día en que nació no llegó cargando pan, sino que traía la desgracia bajo el brazo.” (Rosario Tijeras, Jorge Franco, Casa Editorial El Tiempo, 2003)
La construcción de los vínculos en nuestro país ha tenido como telón de fondo la violencia[1]; la eliminación del otro es el camino privilegiado para hacer frente a los conflictos, a las diferencias. Y después de las muertes, de las masacres, de los dolores sigue el silencio y la repetición. Una repetición cada vez más degradada y que se extiende a diferentes ámbitos de nuestra cultura, como dice la cita, “el cuento también cambió, se puso pavoroso”. La violencia y la guerra no son las mismas, (aunque se diga que seguimos en lo mismo), la realidad muestra que la guerra es cada vez peor, y que los mecanismos psicológicos, sociales y políticos en los cuales está inserta se retroalimentan y se agravan.
En medio de éste espiral no sabemos hasta qué punto tenemos algún registro de los costos de la guerra, del malestar y daño que genera; existe un gran cansancio que se expresa en una preocupación general, en un deseo manifiesto y vacío por “la paz” a tal punto que se considera la guerra como alternativa para llegar a esta. El imaginario de muchos colombianos podría resumirse en la siguiente frase “es mejor una salida militar rápida, una guerra rápida, que una negociación larga en medio de la guerra”.
Es difícil encontrar caminos nuevos. El objetivo de esta comunicación es compartir algunas reflexiones, para así superar el “deseo de no pensar”.
Violencia y conflicto
Violencia: significante que insiste desde la historia individual y colectiva impidiendo desarrollos distintos, marca que impide escribir una historia nueva ya que asigna significados únicos sobre lo que es posible, sobre la manera como deben darse las relaciones y repartirse los recursos. La alteridad no es posible y lo nuevo es peligroso, el mecanismo más efectivo no es la inclusión sino la exclusión, la eliminación simbólica o real; existe una limitación de las posibilidades de realización de lo humano[2].
La violencia remite a un ejercicio de poder, cuyos efectos pueden manifestarse en cualquier esfera de nuestra vida y puede ser considerada como la forma más burda y primitiva de la agresión. “En ese sentido es una fuerza exclusivamente humana que aspira a ser la solución que excluya a todas las demás.” (Fisas, 2001,27). Algunos investigadores hablan hoy día de una cultura de la violencia y una cultura de paz. Se entiende por cultura violenta a una forma negativa e inútil de salir del conflicto, y que generalmente desemboca en la violencia física o en la destrucción del otro, es decir que lleva en forma escalonada, a la muerte, a la alienación o a la guerra.
Se distinguen tres tipos de violencia; violencia directa, que se refiere a un acontecimiento o una acción intencionada para hacer daño, violencia estructural referida a las formas como una sociedad establece un determinado tipo de relaciones poco equitativas y sustentadas en la injusticia, y la violencia cultural o simbólica, como aquellos aspectos de la cultura que legitima a las anteriores como buenas y correctas[3]. En los contextos de crisis en donde se reducen o anulan las necesidades humanas esenciales de seguridad, bienestar, libertad e identidad se evidencian diferentes formas de violencia: física, psíquica, estructural, simbólica.
Es importante diferenciar violencia y conflicto, términos que se utilizan con frecuencia indistintamente.
El conflicto es propio de los vínculos y remite a la forma como son tramitadas las diferencias; es una construcción social, una creación humana diferente de la violencia. Puede haber conflictos sin violencia, aunque no violencia sin conflicto. El conflicto en sí mismo puede ser positivo o negativo según como se aborde; este se origina por las diferencias existentes en intereses, objetivos o en la forma como se accede a la satisfacción de necesidades. Es el resultado complejo de valoraciones, pulsiones instintivas, afectos, creencias, etc., que expresan una insatisfacción o desacuerdo sobre cosas diversas. Las respuestas posibles al conflicto son siempre múltiples y van desde el reconocimiento del otro, la negociación, hasta la destrucción.
La resolución violenta del conflicto esta sostenida y avalada por una violencia simbólica que justifica los medios violentos.
Violencia y subjetividad
Relataremos brevemente una experiencia en el contexto de una escuela[4], de una ciudad de mediano tamaño, que se ha visto afectada directamente por el conflicto armado.
Llegan a la escuela Ferley y Jerson Estivenson, dos hermanos de 9 y 7 años de edad , con graves signos de maltrato físico: golpes y quemaduras. Cuando el personal de la escuela les pregunta por lo ocurrido, cuentan que su padre, un comandante de un grupo ilegal armado[5], mandó decir “… Que si quieren hablar con él, que lo busquen en su casa”.
La coordinadora de la escuela y una persona del equipo de bienestar estudiantil deciden ir a hablar con el padre a su casa, le plantean su disposición e interés de “encontrar alternativas para el bienestar de los niños”. Saben y creen que no se trata de juzgar o acusar al padre por su conducta sino de mejorar las condiciones de vida de los niños (es posible otro mañana).
El padre les dice que golpeó a los niños porque son desobedientes, no le hacen caso… se esconden debajo de la cama para que no les pegue y esto lo llena de ira, entonces los quema con un cigarrillo para que salgan y cuando lo hacen, los golpea con una tabla para que aprendan a hacer caso. Cuando le preguntan si habrá otra manera de que le hagan caso y nuevamente le hacen manifiesto su deseo por el bienestar de los niños, empieza a hablar sobre su historia. Dice que a él también lo golpeaban, recuerda situaciones de maltrato, de lo dura que fue su infancia, y de estar viviendo siempre en medio de la guerra de este país. Asegura que lo que más ama en la vida son sus hijos y empieza a llorar… empieza a hablar sobre lo difícil de su trabajo, la presión constante que debe soportar y no se puede mostrar débil, siempre tiene que ser el más fuerte…
La violencia que nos atraviesa en Colombia parece haber creado una “sin salida” en la trama vincular transubjetiva. La fuerza y el sometimiento del otro son los significantes que circulan como la única manera de pertenecer. Esto no solo en los grupos armados que actúan al margen de la ley, sino también en la política del gobierno en torno a la “seguridad democrática”, donde las posibilidades para el restablecimiento del Estado colombiano parten de la acción militar para el sometimiento. Desde el imaginario colectivo se asume esta misma postura: Si no es así, -a la fuerza- no se puede de otra manera. Estos significantes se constituyen a la vez como referentes para la constitución de nuestra identidad: “es que los colombianos/as somos violentos por naturaleza”
Guerra entre hermanos, con historias semejantes, iguales amores. Semejanza, identidad y alteridad que no puede ser reconocidas. Como en la película Tierra de Nadie, donde se dramatiza el encuentro de dos enemigos en la trinchera, y donde se plantea que la guerra la hacemos todos, pero que lo mas terrible es la guerra entre aquellos que siendo semejantes no pueden trasponer el circuito de destrucción en el cual están inmersos.
En el ejemplo descrito parece abrirse la posibilidad de la emergencia del amor filial, del reconocimiento del dolor , de la capacidad de reflexión, la manifestación de otros aspectos de subjetividad diferentes de la repetición desesperanzada de la violencia. Es el reconocimiento de la alteridad lo que parece romper la espiral, no se trata de esperar a que aquellos que empuñan las armas reconozcan a los otros, sino justamente en ellos/as reconocer que es posible otra subjetividad, otros rostros o por lo menos abrir el espacio a expresar uno diferente al que es asignado desde la violencia.
Costos de la guerra
Para abrir espacios a nuevos significados planteamos como necesario romper la relación existente entre violencia – silencio, acallar lo que ocurre creyendo que así se ha “borrado” el problema; debemos enunciar de manera clara y pensar las consecuencias de un contexto transubjetivo marcado por la guerra para asumirlo, reconocerlo como parte nuestra y no dejarlo como único significante que condena la historia.
El Programa por la Paz Compañía de Jesús[6] desde hace algún tiempo ha realizado un estudio en torno a “Costos de la guerra o inversión para la paz” donde se plantean las implicaciones de la guerra en Colombia a partir de ocho categorías propuestas por Luc Reychler[7] . En cada una de ellas se han explorado desde los costos más visibles hasta llegar a aquellos más invisibles que se insertan en nuestra cultura, acarreando las consecuencias más profundas. A continuación realizamos un breve listado haciendo referencia a estos elementos.
- Costos Humanitarios: más allá de las cifras y del número de muertos, heridos, infracciones al Derecho Internacional Humanitario encontramos en Colombia una pérdida del valor de la vida, si son “enemigos” no importa que mueran o la manera como esto ocurra, es más si ocurre de manera dolorosa, en peores condiciones es “mejor”.
- Costos Económicos: aunque existen muchas preguntas en torno a la relación gasto militar – inversión social, es importante señalar que el modelo económico colombiano funciona con el conflicto armado de diferentes maneras y que la pregunta real debe estar dirigida a los elementos que desde nuestra ética lo sustentan. Al parecer vale más el enriquecimiento particular (de grupos o personas) que la dignidad humana y posibilidades de realización para todos/as en el país.
- Costos Ambientales: además de daños ecológicos graves por la ruptura de tuberías de petróleo, la existencia de minas antipersonales en muchas vías de zonas rurales, etc., se ha profundizado la lucha por la apropiación de tierras y recursos olvidando que estos deben ser sustento y bienestar de todos, así mismo dificultando la construcción de una relación integral con la tierra y el medio ambiente.
- Costos Sociales: enmarcados ante todo por la pérdida de redes y relaciones sociales, tanto en los casos de aquellas personas afectadas de manera directa por la confrontación armada como es el caso del desplazamiento, secuestro, desaparición forzada, como en el espacio social más amplio (es mejor no relacionarse con nadie, todos son potenciales enemigos; esto se ha visto reforzado con la política del actual gobierno de las “redes de informantes” donde se paga por información de acciones potencialmente peligrosas, terroristas).
- Costos Políticos: no sólo están en el número de políticos muertos o en las amenazas a funcionarios públicos que han tenido que salir de sus cargos, sino en la pérdida de la acción política como acción clara y válida dentro de las relaciones sociales, ahora solo prima la fuerza.
- Costos Culturales: perdida de referentes de identidad y vínculos con el territorio, lo que se une a la banalización de la guerra y a la naturalización de esta como elemento propio de la cultura con el que toca lidiar y no es posible transformar.
- Costos Psicológicos: La guerra es una realidad que aliena, donde la subjetividad es construida desde el dolor, desde el daño que alguien ha ejercido directa o indirectamente sobre la persona. Tal vez lo más alienante de la guerra es la imposibilidad de reconocer en el otro la condición de semejante, solo su condición de enemigo o peligro potencial. El sometimiento o la destrucción del otro surgen como la única manera de resolver las diferencias. Junto con esto surge la alteración de los códigos éticos: la salida es el recurso de la fuerza, no importa su costo.
En el trasfondo de los diferentes costos está la cuestión del horizonte ético desde el cual pensamos el país y las relaciones con los/as otros/as; así como los supuestos que desde la cultura asumimos como naturales y propios. La violencia se convierte en cultura cuando ha sido interiorizada a lo largo del tiempo, sacralizada por amplios sectores de la sociedad, a través de mitos, políticas, instituciones a pesar de la muerte y el dolor generados. (Fisas, 2001)
Esta no se origina, ni se sustenta en la naturaleza del ser humano, en su biología; es aprendida, es una forma de relacionarse y en general está soportada en los estereotipos de la masculinidad y la fuerza.
Jugando a la guerra y a la paz: “Chachafruto Batalla o Trueque”[8]
No podemos limitar nuestra visión y pensar que la violencia solo se instaura y determina la subjetividad de aquellos que de manera directa hacen parte de la guerra en Colombia, este es un significante que ha logrado hacer parte de nuestro entramado de relaciones, por esto debemos reconocerlo en cada uno/a de nosotros/as.
“Chachafruto: Batalla o Trueque”[9] es un juego pedagógico que busca mostrar el límite frágil que existe entre la guerra y la paz, es cuestión de optar y donde cada uno de ellos tiene un costo, los costos de la guerra, y los costos de la paz. Está diseñado para ser utilizado por grupos con más de 15 jugadores, que se organizan en manadas conformadas por animales cuyos nombres son tomados de la fauna colombiana (cada quien es un animal). Estas manadas tienen necesidades que deben ser llenadas y a la vez tiene ciertos recursos, pero estos no son suficientes para llenar sus necesidades enmarcadas dentro de “una tarea especial” designada por el juego. Varios de los recursos que requieren para cumplir su tarea los tienen las otras manadas. Se tratará de cumplir estas tareas, obteniendo recursos, mediante la interacción entre manadas. Las alternativas de interacción pueden ser: la batalla, el trueque o la cooperación. Cada una de estas tiene sus costos y sus consecuencias.
Los participantes empiezan a participar un poco desganados, como un juego más, o tal vez un poco sorprendidos: ¿a qué va todo esto? En la medida en que el juego se desarrolla las manadas se comprometen más con la tarea y poco a poco cada participante va mostrando su modalidad particular de manejo de conflicto y de negociación. Unos intentan hacer el trueque, otros se van a la guerra, a acabar con la otra manada, otros, los menos, buscan cooperar. El clima grupal se vuelve más intenso: “si por las buenas no nos quieren dar esto, pues se lo quitamos”, “no nos dejemos”, “¿porque les vamos a ayudar?”, etc.
Este juego, una metáfora del contexto social, permite reconocer cuales son los mecanismos a los cuales recurren para la resolución del conflicto y para la negociación. Dentro del juego se dan diferentes formas para acceder a los recursos: ¿lo hacen a través de la solidaridad y del encuentro con el otro?, ¿lo hacen a través de la negociación, del intercambio o trueque, sin dejar de ver que el otro, en una orilla opuesta, es de otra manada y por lo tanto no se quiere colaborar con él?, – se pone en evidencia la competencia y la necesidad de ganar y de que el otro pierda-, o ¿ a través de la guerra donde aparentemente se gana todo, pero realmente siempre se está perdiendo algo?.
Evidentemente la guerra es una opción entre otras, de la cual todos somos partícipes, aparentemente sin saberlo. Estamos insertos en una “cultura de guerra”, donde no tenemos una noción clara de los mecanismos que nos han llevado a esta, ni de los costos que nos implica. Estamos insertos en una sociedad competitiva, donde somos entrenados para ganar, no para cooperar, es decir, para reconocer la presencia del otro.
En el juego se pone en evidencia que en nuestra cultura se nos ha enseñado a optar más por las acciones violentas; el coordinador va señalando al grupo estos mecanismos, el objetivo es ampliar la reflexión acerca de la guerra, de sus mecanismos, de la paz, de las diversas modalidades de negociación y sus consecuencias. Se trata de reconocer en cada uno la posibilidad de construir su subjetividad desde la acción violenta, pero ante todo de reconocer la existencia de otras alternativas para ser dentro del marco de relaciones con los otros.
Horizontes desde la clínica vincular.
“Si hablamos de cultura de paz, como proyecto, es porque asumimos cuán enraizada llega a estar en la mayoría de nosotros la cultura de la violencia, entendiendo a ésta última como un forma negativa e inútil de salir de un conflicto.” (Fisas. 2001, 17)
Tal como mencionamos al inicio del trabajo es urgente empezar a pensar para significar desde otros lugares nuestra realidad, es así como damos un primer paso que busca salir del silencio, poner palabras a algo que hasta el momento nos ocurre, pero de lo que es mejor no hablar.
Nuestra acción no puede limitarse sólo al trabajo clínico vincular en el consultorio, sino que debe ampliarse a otros espacios. Toma importancia el trabajo con grupos; por un lado con grupos de colegas, con grupos de otros profesionales para realizar un trabajo multidisciplinario necesario en muchos casos, con comunidades, con instituciones, con instancias gubernamentales y no gubernamentales puede ser el marco donde se instale el trabajo con redes sociales. Por otro lado con grupos, familias, parejas, grupos de pares, grupos que se aboquen a diferentes problemáticas: duelos, catástrofes sociales, catástrofes naturales, abuso sexual, alcoholismo, etc. Todo esto para el fortalecimiento de los lazos familiares y de los pequeños grupos de pertenencia como espacios intermedios entre el individuo y la sociedad.
Podemos generar espacios de reflexión grupal, reflexión que permita tomar un poco de distancia frente a la violencia circulante. Espacios donde se pueda pensar acerca de nuestra identidad individual, comunitaria e histórica. Espacios donde se pueda promover un pensamiento crítico y responsable, donde se propongan salidas no violentas al conflicto social. Pensar como posible una sociedad donde se creen o recreen lazos de solidaridad. Donde se cuestione la cultura de la violencia como la única salida, reconociendo en la cooperación el elemento esencial de la supervivencia de nuestra especie.
En síntesis, crear nuevas miradas ante los otros/as, una mirada desprevenida, una mirada que vaya más allá de lo que ya sabemos para que así emerja aquello desconocido, nuevo y que nos permite construir otras historias.
Bibliografía
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Reychler L., Les conflits en Afrique. GRIP, Bruselas NO. 215-217. p. 26-40.
Rojas, M. C., 2002.Violencia Social. Secuestro de la subjetividad.
Schust, J. Contreras, M. Bersten, M., Carrara,P., Parral, J. Redes, Vínculos y Subjetividad. Su recomposición como objetivo terapéutico. Editorial Lugar. Buenos Aires, l999.
* Trabajo presentado en las XIX Jornadas de la AAPPPG, “Prácticas vinculares: lo que permanece y lo que cambia”. Septiembre 19 y 20 de 2003.
** Corresponsal en el extranjero de la AAPPG. K5 No. 92ª-61 Apartamento 101 Bogotá, Colombia. Correo electrónico: myriamalarcon@aolpremium.com
*** Psicóloga, asesora de proyectos en la línea de educación para la paz. Programa por la Paz Compañía e Jesús. Correo electrónico: propazsj@unete.com
[1] La historia de Colombia ha estado marcada por la guerra; a comienzos del siglo XX se dio la guerra de los mil días, donde 1 de cada 20 colombianos murió, en 1928 la masacre de las bananeras acalla la huelga y el incipiente movimiento obrero y campesino, en 1948 el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán líder político del partido liberal desata la lucha entre liberales y conservadores en todo el país, se hacen famosas las muertes “corte camiseta” o “corbata”, en 1950 surgen los primeros núcleos guerrilleros liberales, en 1957 se instaura el Frente Nacional acuerdo entre los dos partidos políticos (liberal y conservador) con la exclusión de cualquier otra expresión política, en 1962 se da el nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, en 1965 el Ejército de Liberación Nacional ELN (ambas guerrillas de izquierda), en los siguientes años surgen diferentes grupos insurgentes como el M-19, en los años 80 se da el surgimiento de grupos paramilitares en respuesta al accionar de la guerrilla, en 1991 se crean formalmente las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá y en 1994 las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
[2] Vincenc Fisas define la violencia como “el uso o amenaza de uso de fuerza o de potencia, abierta u oculta, con la finalidad de obtener de uno o varios individuos algo que no consienten libremente o de hacerles algún tipo de mal…La violencia, por tanto, no es solamente un determinado tipo de acto, sino también una determinada potencialidad. No se refiere sólo a una forma de “hacer”, sino también de “no dejar hacer”, de negar potencialidad.” Pág. 24. Cultura y gestión de conflictos. Icaria – Antrazyt – Ediciones UNESCO. Barcelona. Segunda edición 2001.
[3] “La violencia cultural se expresa desde infinidad de medios (simbolismo, religión, ideología, lenguaje, arte, ciencia, leyes, medios de comunicación), y que cumple la función de legitimar la violencia directa y estructural, así como de inhibir o reprimir la respuesta que quienes la sufren, y ofrece justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se destruyan mutualmente y sean recompensados incluso por hacerlo” (Galtung, J. Peace by Peaceful Jeans, Sage/PRIO, l996, 280pp.)
[4] La Psicóloga Carolina Tejada ha sido la asesora de esta escuela, acompaña el trabajo del equipo de bienestar estudiantil.
[5] Dentro de la compleja situación de guerra en Colombia existe la lucha por el “control” de diferentes zonas y ciudades por parte de los grupos armados ilegales (guerrillas de izquierda, paramilitares o autodefensas). Este control se sustenta en el uso de la fuerza, de las armas y en el poder sobre la vida (quien vive y bajo que condiciones. En el lugar donde ocurrieron estos hechos, el grupo armado que actualmente posee el “control” llegó hace 3 años, realizando masacres y desapariciones. Actualmente este grupo determina hasta las más mínimas normas de convivencia.
[6] Acción institucional de la Compañía de Jesús en Colombia, como respuesta a la difícil situación vivida en el país y reto dentro de su actual proyecto apostólico.
[7] Reychler Luc, Les conflits en Afrique. GRIP, Bruselas NO. 215-217. p. 26-40.
[8] Juego diseñado por el Programa por la Paz Compañía de Jesús, como material pedagógico para la Semana por la Paz, 2002 dentro del proyecto “Costos de la guerra o inversión para la paz”.
[9] Toma su nombre de un arbusto tropical, un rico alimento utilizado por los indígenas, el centro del juego (como en nuestras vidas) es la repartición equitativa de los recursos.